Castilla es tierra austera. Parcos en palabras saben medir lo que dicen y cuándo lo han de han de decir. La cuna donde nació mi padre y donde tengo a gran parte de mi familia. Me acogió en mi infancia y adolescencia llenando mi vida de aquellos colores que la gran mayoría de niños de ciudad no han podido disfrutar.
Las encinas de la carretera principal siempre daban la bienvenida a todo el que llegaba, y desde allí se abría paso la pequeña aldea salmantina, con sus casas construidas gracias a las piedras robadas del castillo cerralbeño.
Mis días discurrían entre animales, cosechas e historias alrededor de la lumbre. Las faldas de la mesa cubrían mis piernas y hacían que la única señal del frío hibernal, fuera mi siempre congelada nariz.
Mis tías se empeñaban en buscarme amigas, y compañeros de juego, no entendían por qué prefería la lectura tranquila en el jardín o arrancar las yerbas malas, antes que salir a pasear con los demás niños del pueblo. Pero es que yo de eso ya tenía en mi ciudad. Lo que me faltaba era el silencio que mecía plácidamente las copas de los árboles frutales de casa de mi tía.
Allí aprendí a escucharme, y a conversar conmigo misma. Aquella paz supo explicarme cuándo hablar y cuando callar, pero lo fundamental fue que desde entonces aprendí que muchas veces aquello que callamos es lo más importante.
Suelo hacerlo pero no tan a menudo como me gustaría, eso de escucharme y hablar conmigo. Quizá por eso ahora me viene a la mente Cerralbo, porque lo hecho de menos. Quizá porque únicamente encuentro sentido acallar pensamientos y sentimientos paseando por el viñedo de mi familia.
Cuando lo más bello es lo que muchas veces no decimos con las palabras ...
Las encinas de la carretera principal siempre daban la bienvenida a todo el que llegaba, y desde allí se abría paso la pequeña aldea salmantina, con sus casas construidas gracias a las piedras robadas del castillo cerralbeño.
Mis días discurrían entre animales, cosechas e historias alrededor de la lumbre. Las faldas de la mesa cubrían mis piernas y hacían que la única señal del frío hibernal, fuera mi siempre congelada nariz.
Mis tías se empeñaban en buscarme amigas, y compañeros de juego, no entendían por qué prefería la lectura tranquila en el jardín o arrancar las yerbas malas, antes que salir a pasear con los demás niños del pueblo. Pero es que yo de eso ya tenía en mi ciudad. Lo que me faltaba era el silencio que mecía plácidamente las copas de los árboles frutales de casa de mi tía.
Allí aprendí a escucharme, y a conversar conmigo misma. Aquella paz supo explicarme cuándo hablar y cuando callar, pero lo fundamental fue que desde entonces aprendí que muchas veces aquello que callamos es lo más importante.
Suelo hacerlo pero no tan a menudo como me gustaría, eso de escucharme y hablar conmigo. Quizá por eso ahora me viene a la mente Cerralbo, porque lo hecho de menos. Quizá porque únicamente encuentro sentido acallar pensamientos y sentimientos paseando por el viñedo de mi familia.
Cuando lo más bello es lo que muchas veces no decimos con las palabras ...
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4 comentarios:
Caperu,una reflexión realmente positiva,totalmente de acuerdo,hay que mirar dentro primero,con calma,con sosiego,sin desánimo,sin miedos,hacerse preguntas,buscar respuestas y no siempre encontrarlas,conocer desde lo más profundo.besos.
Las fiestas me ponen "ñoña", y hacen que recuerde aquello que ha sido bueno en mi vida, y la mayoría de esas cosas están lejos o han quedado atrás.
Creo que voy a dedicar varios días de mis vacaciones navideñas en visitar las tierras castellanas. Dicen que si Mahoma no va a la montaña...
Bien Hecho,caperu,a veces hay que perderse para impregnarse de algo bueno como la esencia y la personalidad de castilla y sus frías navidades.pásalo genial,besos
esperemos poder llegar a Salamanca... el tiempo no acompaña y tampoco se trata de quedar atrapada en la meseta ;). En realidad tengo ganas, y si la agenda hace hueco, yo volveré a esas tierras.
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